domingo, julio 08, 2007

Un Faro de Madera

Le ofrecieron al maestro unas botas hechas con piel de la represión, de la mediocridad, de la angustia y la frustración. El se meció la barba canosa y las rechazó. -Pero, maestro, con el debido respeto, no me parece prudente ni sensato que vaya descalzo por esos campos... -Que los poderosos hagan uso de la prudencia, la sensatez y vuestras botas, caballeros. Nostros andaremos con los pies libres. - Dicho esto, tomo sus herramientas y partió.
Las hiedras negras comenzaron a subirsele; se enredaron entre los pies, entre las piernas; se le hundieron en el vientre y de allí reptaron hasta los pulmones.
El maestro avanzó, a fuerza de pinceladas y gubias por entre la marea de maleza creciente.
Con sus fuerzas agotadas, se sentó al pie de un arce marchito. Sacó sus intrumentos y convidó de sus pipa a todos los duendes que por última vez lo visitaban; en medio de la desolación y la soledad de esos páramos, hubo luz; creación. Con su consentimiento, talló al árbol muerto, le dio forma de totem y lo pintó en la más bella escala de azules, con lo que le quedaba de sangre.
Cuando hubo terminado, se recostó sobre la hierba y espero con toda su paz y cansancio a que las ramas le cerraran los párpados.
El maestro fue abatido. Los duendes se retiraron a llorarlo.
Pocos serán aquellos que pretendan ir tan lejos como él, y llegar contemplar el monumento de su temple, un faro, en medio de los oscuros y desolados campos de cancer y morfina.


A la memoria del maestro Adrián Giachetti