Requiem a la memoria de Tom Lui Hierbaverde

- ¿Hace falta nacer para morirse? ¿Hace falta haber vivido? - El druida deja caer la mirada en un ademán de respeto hacia la balsa con los restos de Tom Lui Hierbaverde (T.L.H.V. en adelante). Un arquero con sentido teatral tensa la cuerda del arco lentamente; tensa el aire, las respiraciones, hasta el tiempo se elastiza. - ¿Alguien tiene fuego? - Un zanfoñero le alcanza su encendedor con el que vuelve incandescente la punta de la flecha. Instantes más tarde, el crepitar de las ramas, la balsa y la carne del duende se unirán al ardor.

Una melodía desconocida, de origen incierto descoloca a los músicos. ¡Mierda, dejé el celular prendido! ¿Hola? Si, después te llamo y te explico, chau.

¿Puede morir quien no ha nacido? El estanque parecía acogedor antes de entrar. Tras bucear un largo tiempo, la superficie se cristalizó con la helada, aprisionando a los nadadores. Sin poder salir, había que seguir nadando, sin aire. Inesperadamente, se halló un boquete en el hielo por el que descendían hebras de frutilla de las plantaciones tropicales. Se ignora como llegaron hasta esos fríos paramos...
Esto recordaba Tom Lui, el duende, mientras veí arder al cortejo fúnebre en la orilla del lago. ¿Por qué estarían todos llorando inmoviles adentro de ese incendio?

Para los que no creen que pueda morir un nonato, jamás hubo balsa, ni fuego, ni duende.
Para los que creen que sí, las cenizas se sumergieron vibrante y metálicamente en el agua, como la música de una celesta.
Para Tom Lui, la orilla, la isla entera ardió mientras el se alejaba desconcertado en balsa, a la deriva.